Comentario
En esas estaba cuando, hacia las 10 de la noche del 28 de abril, llegó del ministerio de Propaganda un telegrama de la agencia Reuter que anunciaba el inicio de conversaciones entre Himmler y el conde Bernardotte, de Suecia, para que éste explorase la disposición de los aliados occidentales hacia una negociaciones de paz.
Tales conversaciones tuvieron lugar en la noche del 23-24 de abril, en los sótanos del consulado sueco en Lubeck. Himmler dijo al diplomático sueco que Hitler, cercado en Berlín, incluso posiblemente muerto, ya no gobernaba Alemania y que él era el hombre en el que recaía la responsabilidad de ofrecer la capitulación a los aliados occidentales, pero no se rendiría en el Este.
Tres días después se produjo la respuesta aliada, en el sentido que Bernadotte ya había predicho a Himmler: capitulación sí, pero en ambos frentes. No a las negociaciones por separado. Fue una inmensa decepción para Himmler, que ingenuamente ya se veía con las riendas de Alemania en las manos. Pero lo más grave es que su oferta se convirtió en noticia de prensa y llegó al búnker.
Hitler tuvo un ataque de rabia. El jamás hubiera desconfiado de Himmler. Esto era mucho peor que lo de Göring, que, al menos, había pedido permiso. Bormann escarbó más en la herida: "Siempre he dicho que la fidelidad hay que llevarla impresa en el corazón y no en la hebilla del cinturón".
Bormann se encargó de buscar una venganza contra Himmler y capturó al general Fegelein, representante de aquel ante el Führer, cuando trataba de escapar de Berlín. Hitler ordenó su ejecución inmediata: fue fusilado en el jardín de la Cancillería, mientras la batalla rugía en toda la ciudad.
Luego, Hitler se reunió durante un buen rato con Bormann y con Gebbels. Allí acordaron destituir a Himmler de todos sus cargos y ordenar su detención para que fuera juzgado. Como esto no sería muy fácil, ordenó al general Greim y a Hanna Reitsch que cogieran un avión y salieran de Berlín para capturar a Himmler: "¡Un traidor no debe jamás sucederme a mi como Führer! ¡Deben ustedes salir de aquí para evitarlo!"
El general y la piloto de pruebas despegaron de una calle de Berlín en una avioneta Arado a la una de la madrugada del 29 de abril. Fue el último avión que abandonó la ciudad sitiada.